El domingo se celebró el Día Internacional de la Salud y la Seguridad en el Trabajo. Ahora, lo que comenzó siendo en esencia la protección del trabajador frente a los peligros físicos que planteaba su puesto de trabajo, se ha hecho extensivo, no sólo a evitar ese riesgo, sino a proteger y fomentar la salud integral del trabajador, dentro y fuera del ámbito laboral.
Si bien lo primero que hicimos para proteger al trabajador fue diseñar equipos de protección individual (EPI), adaptados a cada puesto de trabajo y su correspondiente riesgo asociado, hoy, vamos un paso más allá y diseñamos planes de salud adaptados a cada colectivo dentro de la empresa con el fin de mantener a las personas que la integran lo más saludables y felices posible.
Porque si algo ha quedado claro en los últimos estudios llevados a cabo, tanto por organismos oficiales como la OMS, como por organizaciones privadas independientes, es que las empresas que promueven y protegen la salud de los trabajadores también son las más exitosas y competitivas en el largo plazo y también tienen las mayores tasas de retención de empleados. Conseguir esto no es posible llevando a cabo acciones esporádicas e iconexas, sino que es fruto de un planteamiento global: se trata de incluir la salud en la estrategia de la empresa.
Una estrategia que debe potenciarse desde la más alta dirección, pero que debe contar con todos y cada uno de los miembros de la empresa. En la actualidad, una empresa que no gestiona la salud de sus empleados es una empresa que carga y transmite a su producto o servicio los gastos derivados de las bajas laborales, el presentismo, el bajo rendimiento y la desmotivación de su plantilla.
Cuando hablamos de salud, si hay un hábito que repercute en todas y cada una de las principales causas de enfermedad y baja laboral es la forma en que nos alimentamos. Estrés, diabetes, enfermedades cardíacas, obesidad, cáncer…comparten, en más ocasiones que menos, su origen en una mala alimentación. Enseñar a nuestros trabajadores a alimentarse bien no sólo previene la aparición de estas patologías, principales responsables de la mayoría de las bajas laborales, sino que estaremos también retrasando el envejecimiento de nuestra plantilla.
El envejecimiento de nuestras plantillas va paralelo, lógicamente, al envejecimiento general de nuestra sociedad. Vivimos muchos más años y, por tanto, trabajamos también más años. Si tenemos claro que nuestros cuerpos se deterioran conforme pasan los años y su funcionamiento también, comprenderemos fácilmente su impacto en economía de la empresa: bajas laborales, bajo rendimiento, presentismo… La alimentación, a día de hoy, se postula como la mejor herramienta para prevenir ese deterioro y alargar la vida útil de nuestro cuerpo.
Pero nuestra alimentación puede ser, no sólo el EPI más eficaz para prevenir la enfermedad y las consecuencias del envejecimiento, sino nuestro mejor aliado para desplegar todo nuestro potencial. La mayor parte de las veces nos lanzamos hacia maratonianas jornadas de trabajo sin haber comido lo suficiente y por tanto nuestra energía decae a las pocas horas de haber empezado el trabajo.
Cuando esto sucede, ver que nuestro rendimiento no esta al nivel que deseamos aun aumenta más los ya de por si altos niveles de estrés; el cansancio hace mella y nuestra productividad decae, retrasando aun más nuestro trabajo. La tensión que genera esta situación, provoca primero desmotivación y luego una agresividad que acompaña a la frustración de ver que no llegamos, o que los resultados no son lo que queríamos.
La mayoría de nosotros estamos tan acostumbrados a trabajar en estas condiciones que ni siquiera podemos imaginar como sería nuestro rendimiento si nuestro cuerpo estuviera a punto para la tarea. Pero no hablamos aquí de cuantas piezas de fruta o raciones de verdura necesitamos, hablamos de diseñar menús que estén a la altura de nuestras necesidades. Hablamos de comer en función de lo que queremos conseguir.
La nutrición es el eslabón perdido no sólo hacia la salud sino hacia la excelencia en el trabajo. Los alimentos son lo que Donald Rumsfield denomina “los desconocidos desconocidos”: aquello que no sabemos que no sabemos. Aquellos líderes que manejen esto, tendrán una ventaja competitiva considerable. Si además son capaces de trasladarlo a sus organizaciones, serán imparables.