El final de la primavera y comienzo del verano es la época del año en la que se sientan las bases de lo que será el comedor escolar la siguiente temporada. Ahora es cuando los colegios reciben las propuestas de las empresas de restauración colectiva y los consejos escolares se sientan a tomar decisiones.
Y en esos consejos están los padres, que se reúnen con los demás colectivos de la comunidad educativa (profesores, alumnos, personal de administración, equipo directivo), para decidir sobre la alimentación de los alumnos.
Es una gran responsabilidad que cada vez nos tomamos más en serio como sociedad pero hay mucho camino que avanzar.
Una buena noticia a este respecto es que la nueva Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público establece que las adjudicaciones tendrán que responder a una “pluralidad de criterios de adjudicación basados en el principio de mejor relación calidad-precio” y no sólo al precio del servicio ofertado, como hasta ahora ocurría.
Esto puede representar una mejora en la calidad de la comida de los comedores escolares en España, donde hasta ahora había primado el precio ofrecido por las empresas sobre el valor nutricional y la variedad de los menús propuestos.
Una no tan buena es que muchos Consejos Escolares siguen valorando el precio más bajo como el argumento más válido, cuando no el único, para su elección.
Dicho esto, no quiero detenerme en la Administración y sus muchos fallos para conseguir que nuestros hijos coman bien en los colegios. Quiero hablar precisamente de eso: de que son NUESTROS HIJOS.
La alimentación de nuestros hijos, tanto en casa como en el colegio, es una de nuestras responsabilidades como padres. Y mi experiencia en este campo, salvo honrosas excepciones, no puede ser más descorazonadora.
Hace ya más de 15 años en la Cátedra de Gastronomía y Nutrición de la Universitat Jaume I, realizamos varios estudios en diferentes colegios en la provincia de Castellón, y tras ellos implantamos cambios en los centros para mejorar la alimentación de los alumnos, sólo para encontrarnos de plano con la oposición de los padres que clamaban que si dábamos “esa comida” su hijo no comía.
Hoy, en mi función de asesora y liderando uno de los proyectos más bonitos que he tenido la oportunidad de llevar a cabo, diseñando nuevos menús más saludables al tiempo que formamos a los padres en nutrición para que puedan en casa continuar mejorando la salud y el rendimiento intelectual de sus hijos a través de la comida, sigo encontrando las mismas actitudes.
La asistencia es baja a pesar de ser completamente gratuitas y repetirse en horarios diferentes para poder adaptarlas a cualquier horario de los padres.
Por un lado, hay una enorme falta de interés en las acciones formativas. La asistencia es baja a pesar de ser completamente gratuitas y repetirse en horarios diferentes para poder adaptarlas a cualquier horario de los padres.
Por otro, se reciben quejas poco informas por el nuevo menú, como “hay demasiadas legumbres”, “demasiadas verduras raras” (todo lo que no sea tomate o lechuga), “demasiado pescado, “poca carne”, “falta azúcar en los yogures”, “queremos más postres lácteos” (da igual el azúcar que lleven), “a mi hijo no le gusta el pan integral”…
- Cuando ponen a un profesional a nuestra disposición, de forma gratuita y no aprovechamos ese recurso para que nos ayude a mejorar la comida de nuestro hijo…
- Cuando pedimos que se eliminen platos saludables porque nuestro hijo se queja (¡con el esfuerzo que supuso que la Consellería los introdujera en su guía en 2018!)…
- Cuando argumentamos en una reunión que “al fin y al cabo son niños, pobrecitos, ¿como se van a comer la coliflor?”; cuando les damos cualquier cosa de comer porque no se han tomado el menú y vuelven a casa con hambre…
- … estamos perdiendo la batalla para mejorar los menús escolares.
Pero la cosa es mucho más grave: Estamos perdiendo una oportunidad única de corregir en nuestros hijos los desmanes alimenticios que nuestra sociedad, nuestros gobernantes y nuestra industria alimentaria han perpetrado en los últimos 25 años y que ha provocado las cifras de obesidad y diabetes infantil más altas de la historia.
Nuestro hijos no hacen lo que les decimos. Hacen lo que nos ven hacer.
Y esto es, tristemente, lo que estamos haciendo: suspender en alimentación.